"Cuando una menor de 14 años queda embarazada y su entorno la empuja al aborto, no es un problema de la madre ni del niño, sino de toda la sociedad." Así explica el sacerdote francés Jean Laffitte, vicepresidente de la Pontificia Academia para la Vida, la preocupación con la cual la Iglesia aborda situaciones tan dolorosas.
Y ante casos resonantes, como el reciente aborto selectivo practicado en Italia, donde un equipo médico eliminó por error a un feto sano en lugar de un embrión gemelo que iba a nacer con el síndrome de Down, la Iglesia lamenta que se haya hablado solamente del "error del médico, que suprimió a la criatura sana".
"El error fundamental fue querer matar a la enferma y considerar a una persona enferma un ser inferior a otro. Eso no vale en ninguna civilización", advirtió monseñor Laffitte, una de las principales voces de la Iglesia en temas de bioética, al describir una conducta que se extiende en el mundo.
En diálogo con LA NACION, el teólogo y colaborador del Papa estimó que se vive hoy una incoherencia social. "Por un lado, la sociedad protege a los discapacitados, con prioridades en los transportes públicos, la construcción de rampas y otras medidas muy positivas. Pero cuando hay sospechas de que una persona puede nacer con algún tipo de discapacidad, se le quiere impedir que nazca y viva en nuestra comunidad".
Monseñor Laffitte, de 55 años, llegó al país para participar del IV Congreso Internacional de Bioética Personalista, organizado por el Instituto de Bioética de la Universidad Católica Argentina (UCA). Allí se abordaron distintas problemáticas vinculadas con la conciencia cristiana, la ciudadanía y el derecho a la vida.
La objeción de conciencia, cómo curarse y hacerse curar, la eutanasia y el aborto fueron temas que suscitaron reflexiones por parte de especialistas argentinos e internacionales, ante los desafíos que hoy presenta la bioética en el mundo.
Laffitte describió cómo, a lo largo de la historia, "siempre existió un respeto incondicional a los pobres y a los enfermos". "¿Hoy no se los respeta?", se le preguntó. "Sí, pero se está creando una nueva sensibilidad, para justificar la eliminación de la persona en el comienzo de la vida", respondió.
Percibe, así, una corriente laicista muy dura, que presupone que "el ciudadano, a priori, no tiene fe o, si la tiene, debe callar". Esa visión contrasta, según dijo, con una laicidad sana, moderada, que admite la reflexión de la Iglesia como una contribución al bien común. Por ello celebra el triunfo de Nicolas Sarkozy en las últimas elecciones en Francia, que han mostrado, según interpreta, un retroceso de la corriente laicista dura en Europa.
Aporte de la Iglesia
La promoción y defensa de la vida humana es uno de los temas principales de la Pontificia Academia de la Vida, creada por Juan Pablo II en 1994.
Cada año se realiza en Roma un congreso abierto sobre cuestiones de actualidad, como el estatuto del embrión humano, la objeción de conciencia y los desafíos frente a la eutanasia, el tema previsto para 2008.
"No existe un mundo científico y otro religioso. El mundo es el mismo", dijo Laffitte, al explicar que a la Iglesia le interesan todos los temas susceptibles de cambiar cualitativamente la vida de los hombres. "No todos los temas son neutros. A veces se presentan cuestiones pseudocientíficas: detrás existe el proyecto de cambiar los valores humanos", advirtió.
De allí la preocupación por la eutanasia, tratada como un modo de mejorar las condiciones del enfermo, y el aborto, limitado muchas veces a la libertad o el derecho de la mujer, cuando nadie se pregunta por los derechos de la persona por nacer.
"Una vida no vale más que la otra", dijo monseñor Laffitte, al recordar el principio que guía a la Iglesia: en circunstancias extremas y dolorosas, como el aborto, hay que hacer lo posible para salvar las dos vidas. Si se produce la muerte de uno de ellos, será una consecuencia no querida.
"No hay que matar al niño para solucionar un problema social. El Estado debe ayudar a la joven a que tenga condiciones dignas de vida, acceso a la salud y a la educación, y ayudarla a tener el hijo. No es una cuestión de fe: es una obligación natural", concluyó el sacerdote francés.
Por Mariano de Vedia LA NACION
Viernes 7 de setiembre de 2007
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