Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: -“Todavía tengo muchas cosas que decirles, Pero ustedes no las pueden sobrellevar ahora. Cuando venga, el Espíritu de la verdad, El los encaminará a la Verdad total: porque no hablará desde sí mismo, sino que lo que oiga, eso hablará, y les anunciará lo por venir. El me glorificará a Mí porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16, 12-15).
La expresión que utiliza Jesús para referirse a la tarea del Espíritu Santo es encaminar
“El Espíritu los encaminará a la Verdad total”.
El Espíritu nos encamina derramando amor en nuestro corazón, un amor que confirma la verdad de nuestras esperanzas en Jesús.
Este encaminarnos del Espíritu se realiza con pequeñas “efusiones” de su amor:
a veces nos regala experimentar que somos amados sin medida, otras veces nos hace sentir que es posible amar a Dios con todo el corazón y expresárselo con la alegría de la adoración y la alabanza.
Siempre que se nos ocurre “prestar un servicio” al prójimo desinteresadamente, estas “ideas” son pequeñas efusiones de amor que el Espíritu nos comunica y luego nos hace ver el fruto al darnos cuenta de cómo con eso le ganamos el corazón a nuestro hermano o a nuestra hermana a quien servimos. El amor del Espíritu se derrama como consolación, como alegría, como fortaleza y paciencia, como paz que quita los miedos, como luz que ilumina una situación complicada, como verdad plena que da sentido a la vida. Esa es la Verdad íntegra hacia la que nos encamina el Espíritu, tal como Jesús nos prometió. El Espíritu dice a la Iglesia y a cada alma: “Hay amor en tu corazón. Amor que te llena de gozo. Podés ponerlo en práctica y ganarte el corazón de Dios y de los demás”
Siempre que se nos ocurre “prestar un servicio” al prójimo desinteresadamente, estas “ideas” son pequeñas efusiones de amor que el Espíritu nos comunica y luego nos hace ver el fruto al darnos cuenta de cómo con eso le ganamos el corazón a nuestro hermano o a nuestra hermana a quien servimos.
El amor del Espíritu se derrama como consolación, como alegría, como fortaleza y paciencia, como paz que quita los miedos, como luz que ilumina una situación complicada, como verdad plena que da sentido a la vida.
Extraído de las Contemplaciones
Padre Diego Fares
3-06-2007